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El arte de una gata

El Maravilloso Arte de una Gata

Son instrucciones para ejercicios de una escuela de esgrima del siglo XVII. Transmitidas secretamente de maestro a maestro, se han convertido en una fuente inagotable de antigua sabiduría oriental y señalan el camino hacia el cambio y la madurez interior.

Había una vez un maestro de esgrima llamado Shoken. En su casa hacía de las suyas una gran rata. Aun en pleno día correteaba de un lado a otro.

En vista de esto, el maes­tro cerró la habitación y le dio ocasión a su gata de cazar la rata. Pero ésta le saltó a la gata en la cara y la mordió de tal manera que ella salió corriendo y chillando. El maestro vio que no podía continuar así y trajo entonces algunas gatas que gozaban en el vecindario de merecida fama de buenas
cazadoras y las dejó entrar en la habitación.

La rata estaba acurrucada en un rincón y tan pronto se le acercaba una gata, le saltaba encima, la mordía y la hacía huir. Tan feroz se veía la rata que todas las gatas vacilaban en volver a acercársele. Esto enfureció al maestro a tal punto que per­siguió  él mismo a la rata con su espada para matarla. Pero ella se escapaba a todos los tajos del experimentado maestro de esgrima sin que él la pudiera atrapar. Rompió puer­tas, Shojis, Karakamis, y otras cosas, mientras la rata se desplazaba como un rayo, escapándose a cualquiera de sus movimientos y, finalmente, le saltó a la cara y lo mordió.

Bañado en sudor le ordenó a su sirviente: “Se dice que a seis o a siete cho de aquí hay una gata que es la mejor cazadora del mundo; ¡anda y búscala!” El sirviente trajo la gata. Ésta no parecía distinguirse mucho de las otras gatas ni parecía particularmente inteligente ni perspicaz. El maes­tro no la creyó, por eso, capaz de nada extraordinario; pero le entreabrió la puerta y la dejó entrar. Tranquila y lenta­
mente la gata entró, como si no se esperase nada especial.

La historia de una gata

La rata se estremeció y quedó inmóvil. La gata simplemen­te se le acercó despacio y se la trajo entre los dientes.

Esa noche se reunieron en la casa de Choken las gatas derrotadas e invitaron respetuosamente a la vieja gata a to­mar el puesto de honor. Se inclinaron delante de ella y dije­ron con modestia: “Todas nosotras tenemos fama de hábi­les cazadoras, todas nos hemos adiestrado en esta carrera y hemos afilado nuestras garras para poder vencer con ella a cualquier rata y aun víboras y comadrejas. Nosotras nunca habríamos pensado que pudiera existir una rata tan fuerte.

¿Con qué arte la habéis vencido tan fácilmente? ¡Contadnos vuestro secreto!” La vieja gata rió entonces y dijo: “Uste­des, gatas jóvenes, serán muy diestras ¡pero no están en co­nocimiento del verdadero camino! Por eso fracasan cuando algo inesperado les ocurre. Pero primero cuéntenme cómo se han adiestrado”.

Una gata negra se adelantó y dijo: “Provengo de una casa que es famosa por la cacería de ratas, por lo que yo también decidí seguir ese camino. Puedo saltar paravanes de dos me­tros de altura, puedo pasar por un agujero mínimo por el que no pasaría ninguna rata, desde niña he practicado todas las artes acrobáticas. Aún al despertarme, cuando todavía medio dormida, veo atravesar una rata por el balcón, me levanto, y ya la tengo. Pero la rata de hoy era más fuerte y he sufrido la más terrible derrota de mi vida. Estoy avergonzada.”

Entonces dijo la vieja: “En lo que tú te has entrenado no es nada más que técnica (shosa – el arte puramente físico).

Pero tu espíritu está embargado por la pregunta cómo ganar, y por eso sigues apegada a la meta. Cuando los antiguos en­señaban “Técnica”, lo hacían para mostrar un modo del ca­mino (michisuji). Su técnica era sencilla pero contenía la más
alta sabiduría. La posteridad, empero, sólo se ocupó de la técnica. De este modo, es verdad, se inventaron muchas co­sas, según el lema: ‘si uno practica esto o aquello, entonces se obtiene esto o aquello.’ ¿Pero qué se saca con eso? Sólo
una destreza.

Al precio del camino tradicional, movilizando mucho ingenio, se produjo la competencia en técnica, hasta el agotamiento, y ahora se está atascado. Así ocurre siempre que se piensa en técnica y éxito y se pone en acción sólo la sabiduría. Es cierto que la sabiduría es una Función del espí­ritu, pero si no se fundamenta en el recto camino y sólo aspi­ra a la destreza se vuelve perjudicial. Así es que reflexiona y
practica en adelante en el sentido correcto”.

Adelantándose una gata grande de felpa atigrada dijo: “En el arte del guerrero lo que es esencial, creo yo, es el espíritu. Me he entrenado por lo tanto en esta fuerza (Ki wo neru), es como sí mi espíritu estuviera “acerado”, libre y cargado ante el espíritu que llena cielo y tierra (Menzio).

Apenas veo al enemigo, cuando ya esté todopoderoso espí­ritu lo hechiza y me llevo el triunfo de antemano. ¡Sólo entonces procedo! Totalmente inconsciente como lo exige la situación. Con mi poder, controlo la rata como quiero, a la izquierda o a la derecha, y prevengo cualquier movimiento saliéndole al encuentro. De la técnica en sí no me ocupo en absoluto, ella viene sola. Una rata que atraviesa por el balcón, con sólo mirarla fijamente ya se cae y es mía. Pero esta rata misteriosa viene incorpórea y se va sin dejar huella. ¿Cómo es eso? Yo no lo sé”.

La vieja gata dijo: “Ciertamente te has ocupado de los efectos que salen de la gran fuerza que llena cielo y tierra; pero lo que has obtenido es, de todos modos, sólo una fuerza psíquica totalmente distinta. El espíritu del que habla Menzio es fuerte porque permanentemente está iluminado de gran lucidez, pero tu espíritu sólo obtiene su fuerza en determinadas condiciones. Tu fuerza y aquélla de la que habla Menzio tienen origen distinto y así también su efecto es distinto. Se diferencian como el flujo eterno de un río, por ejemplo, el Yangtsekiang, y una crecida repentina. Pero, ¿cuál es el espíritu que hay que acrisolar, cuando uno se enfrenta con algo que no puede ser vencido por ninguna fuerza espiritual condicionada (kisei)? – ¡esa es la pregunta! Dice un proverbio:

“Una rata en apuros muerde hasta a un gato.’ Si el enemigo
está en peligro de muerte, no tiene nada que perder. Olvida
su vida, olvida sus miserias, se olvida de sí mismo y está
libre de triunfo o derrota. Y por eso tiene la voluntad como el
acero. ¿Cómo podría uno vencerla con la fuerza espiritual
que uno mismo se atribuye?”

Entonces se adelantó lentamente una gata gris más vieja y dijo: “Si es verdad lo que decís, la fuerza psíquica por fuerte que sea tiene una forma en sí misma (Katachi). Pero lo que tiene forma por pequeña que sea es asible. Por eso hace tiempo adiestré mi alma (kokoro, la fuerza del corazón). No ejerzo la fuerza que vence al otro espiritualmente (el sei, como la segunda gata). No me bato (como la primera gata).

Condes­cendiendo con mi opositor, me vuelvo uno con él y no me le opongo en absoluto. Si el otro es más fuerte que yo simple­ mente cedo y por así decirlo me le someto. Una rata que me quiera atacar, por fuerte que sea, no encuentra nada sobre lo que se pueda abalanzar, nada en qué apoyarse. Pero la rata de hoy no entró en mi juego. Iba y venía inconcebible como un dios. Nunca me ha sucedido algo parecido”.

Entonces dijo la vieja gata: “Lo que tú llamas condescen­dencia no sale del ser, no sale de la gran naturaleza; es una reconciliación construida, artificial, un truco. Con eso quie­res escapar conscientemente al espíritu de agresión del ene­migo. Pero al pensar en ello, por fugazmente que sea, él se da cuenta de tu intención. Si tú te vuelves ‘conciliante’ en ese estado de ánimo, tu espíritu dirigido hacia el ataque, se
confunde, se enturbia y la precisión de tus percepciones y de tus acciones se opaca.

Lo que hagas con intención conscien­te limita la oscilación de la gran naturaleza que actúa desde lo recóndito e impide el flujo de su movimiento espontáneo.

¿Cómo podría nacer de allí una eficacia maravillosa? Sólo cuando no se piensa en nada, cuando no haces nada, sino entregarte con tu movimiento a la oscilación del Ser (shizen no ka ) ya no tienes forma asible y nada en el mundo puede presentarse como forma opuesta y entonces ya no hay ene­migo que pueda oponerse”.

“De ninguna manera creo que todo aquello en lo que se han adiestrado es inútil. Cada cosa puede ser un modo del camino. Técnica y Tao pueden ser una y la misma cosa; el gran espíritu (ki) sirve al ser humano (ishi). Aquél, cuyo Ki es libre puede enfrentarse con infinita libertad a todo correc­tamente. Si su espíritu se concilia, éste, sin emplear en la lucha ninguna fuerza particular, no se romperá ni con el oro ni con la piedra.

Sólo una cosa es esencial; que no haya ni rastro de ‘conciencia del Yo’ en juego; si no, todo se vicia. Por fugazmente que se piense en esto ya no será sino algo artificial, no sale del ser, no sale de la oscilación original cuerpo camino (dao-tai). Luego el contrincante tampoco se somete sino a su vez resiste.

¿Qué arte o qué modo debe uno entonces emplear? Sólo cuando se está libre de toda ‘con­ ciencia del Yo’ cuando se actúa sin actuar, sin intención ni truco, en armonía con la gran naturaleza, se está en el camino no recto. Abandónese, pues, toda intención, ejercítese uno en la no intencionalidad, y déjese que todo ocurra desde el
ser. Este camino es sin fin, inagotable”.

Y entonces la gata ‘vieja agregó algo más asombroso aún:

“No deben creer que lo que les he dicho sea la última palabra. No hace mucho tiempo vivía, en una aldea vecina a la mía, un gato, este dormía todo el día, nada que pareciera fuerza espiritual se evidenciaba en él, estaba echado como un trozo de madera. Nadie lo había visto jamás cazar una rata.

Pero ¡donde él estaba no había ratas! Y donde él se apareciera o se echara no se dejaba ver ninguna.

Lo bus­ qué una vez y le pedí una explicación, el no me dio res­puesta alguna, le pregunté tres veces. Él callaba, en rea­lidad no era que no quisiera contestar, sino que evidente­mente no sabía qué contestar. Pero así es: “El que lo sabe no lo dice y el que lo dice no lo sabe.’ Este gato se había olvidado de sí mismo y de todo lo que le rodeaba, se había vuelto ‘nada”, había alcanzado el más alto grado de la no intencionalidad. ¡Y aquí cabe decir que había hallado el divino camino del guerrero! Vencer sin matar, para esto to­davía me falta mucho.”

Shoken escuchó esto como en sueños; se acercó, y saludó a la vieja gata diciéndole: “llevo tiempo entrenándome en el arte de la esgrima, pero todavía no he alcanzado el fin. He escuchado vuestras consideraciones y creo haber comprendido el verdadero camino, pero le pido enardecidamente que me reveléis algo más sobre vuestro secreto.”

Dijo entonces la vieja gata: “¿Cómo podría? Soy sólo un animal y la rata es mi alimento ¿Cómo he de saber lo que a cosas humanas se refiere? Sólo sé esto:

El sentido del arte de la esgrima no sólo reside en vencer al contrincante; es más bien un arte con el cual, en un determinado momento, se llega a la gran claridad del fondo luminoso de la vida y de la muerte (seishi wo akiraki ni suru).

Un auténtico guerrero deberá cultivar, en medio de todos los ejercicios técnicos, constantemente el ejercicio espiritual de la lucidez, para lograr esto tiene que profundizar en la enseñanza del ser de lo que es la vida y la muerte (shi no ri), la gran lucidez no la alcanza sino aquel que está libre de todo lo que lo desvíe de ese camino (lien kioku, lejanía-me­dia), pero libre en especial de todo pensar determinador.

Cuando haga abandono de sí mismo, el ser y su movimiento (shin ki), libre del yo y de todas las cosas, podrá manifestar­ se en toda libertad cuando le sea necesario, pero si el cora­zón se adhiere a algo, por poco que sea, el ser queda atrapa­do y es algo en sí mismo. Pero si se vuelve algo en sí mismo, entonces existe con el yo, algo en sí que se le opone; habrá dos que se enfrentan y luchan por su subsistencia.

Pero si así ocurre, se inhiben las maravillosas funciones del ser, posibles de cualquier cambio; una vez que surge la tram­pa mortal se ha perdido la lucidez propia del ser, en esta disposición de ánimo, ¿cómo podría enfrentarse uno al ene­migo en la actitud correcta y considerar serenamente ‘triun­fo’ y ‘derrota’? Y aunque se triunfara, sería una victoria   cie­ga, que nada tiene que ver con el sentido del verdadero arte de la esgrima.

Estar libre de todas las cosas no es sin embargo un vacío vacuo. El ser no tiene naturaleza propia, está más allá de cual­quier forma y tampoco retiene nada. Por fugazmente que se fije y se sujete algo, por poco que sea, la gran fuerza quedará adherida a esto y se perderá el equilibrio de las fuerzas que fluyen de lo originario. Si el ser es capturado, por poco que sea, ya está perturbado, su fuerza, allí donde llega, rápida­mente rebosa, pero adonde no llega, falta.

En donde rebosa, irrumpe demasiado de una vez y no se podrá detener. Adon­de no llega, el espíritu eficiente se debilita, fracasa y es im­potente cuando la situación lo exige. Lo que llamo ser libre de las cosas no significa nada más que esto: si nada retengo a nada me atengo, si nada supongo, no habrá opuesto, ni yo contra-yo.

Si algo se presenta entonces, uno se le opone como inconsciente y no deja huella. En el ‘Eki’ (I-Ching. Libro de las mutaciones) se dice: Sin pensar, sin hacer, inmóvil, quie­to: sólo así se puede dar testimonio inconsciente del ser y de la ley de las cosas desde adentro y con el fin de unirse con el cielo y la tierra. Quien así practique el arte de la esgrima y así lo entienda está próximo a la verdad del camino. Shoken, oyendo esto, le preguntó:

“¿Qué quiere decir que no hay un Yo ni un Contra-¿Yo, ni sujeto, ni objeto?”

La Gata respondió:

“Porque si yo estoy allí, también ha­brá un enemigo; si no nos presentamos como un Yo, tampo­co habrá un contrincante. Lo que así llamamos no es sino otro nombre para aquello que significa oposición, tan pron­to las cosas mantienen una forma ponen siempre una contra­ forma. En dondequiera que se afirma algo como algo, esto tendrá forma propia.

Si mi ser no se dispone como forma propia, tampoco habrá forma opuesta, pero eso significa que no hay ni Yo ni Contra-Yo, si uno desiste de sí mismo y se libera de fondo de todas las cosas, entonces se está en armo­nía con el mundo y se unifica con todas las cosas en el todo uno.

Aun cuando la forma del enemigo se extinga, no se está consciente de eso, no es que uno no se percate en absoluto, pero uno no se detiene en ella y el espíritu sigue moviéndo­se, libre de cualquier fijación; y también la acción responde simple y libre desde dentro del ser. Si el espíritu no está embargado por nada y está vacante, entonces el mundo, tal como es, es nuestro mundo y es uno con nosotros. Eso significa que uno lo tomó más allá del bien y del mal, más allá de la simpatía o la antipatía, ya no se está implicado en nada, ni adherido a nada. Todas las contradicciones que llevamos en nosotros, ganancia y pérdida, bueno y malo, alegría y pesar, vienen de nosotros.

Entre cielo y tierra no hay nada más vá­lido que conocer el propio ser de uno. Un antiguo poeta dice:

“Un solo granito de polvo en el ojo y los tres mundos son todavía demasiado estrechos; si todo es igual, hasta la cama más estrecha nos resulta amplia” esto quiere decir, si un granito de polvo nos entra en el ojo, ya no lo podemos abrir; porque habrá algo allí y sólo hay claridad, cuando no haya nada. Esto nos puede servir como ejemplo para el ser, que es luz que ilumina y está en sí mismo, libre de todo lo que es ‘algo’, si algo se presenta delante del ser la representación destruye su virtud.’

Otro poeta dijo:

“Si uno está rodeado de cien mil enemigos, se pulveriza lo que uno mismo tiene de forma, pero el ser sigue siendo mío por fuerte que sea el enemigo. Allí no
penetra ningún enemigo”

Confucio dice:

“Ni aun el ser de un hombre humilde se puede robar, pero si el espíritu se con­funde.
El ser se vuelve contra nosotros mismos”. Esto es todo cuanto puedo deciros. Reflexiona e investiga tú mismo en ti.

Un maestro sólo puede participarle al discípulo el hecho y tratar de justificarlo. Reconocer la verdad y apropiársela, sólo lo puede hacer uno mismo. A eso se le llama apropiación de sí mismo (jitoku). La transferencia es de corazón a corazón (ishin denshin). Es una transmisión por vía extraordinaria más allá de la doctrina y la sapiencia (kyogai betsuden).

Esto no significa contradecir la enseñanza de los maestros, significa solamente que aun un maestro es incapaz de transmitirla verdad él mismo y esto no es solamente válida para el Zen.

Empezando por los ejercicios espirituales de los antiguos y pasando por el arte de la formación del alma hasta las artes, el método es siempre la apropiación de sí mismo y esto no se transmite sino de corazón a corazón más allá de cualquier doctrina tradicional.

El sentido de cualquier ‘enseñanza’ es apuntar hacia lo que cada uno tiene en sí mismo sin saberlo y hacerlo consciente. No hay ningún secreto que el maestro pudiera transmitirle al aprendiz, enseñar es fácil, escuchar es fácil, difícil es hacerse consciente de lo que se lleva en sí mismo, hallarlo y tomar posesión de ello.

Esto se llama mirar adentro del propio ser (ken-sei Kensho). Cuando esto ocu­rre, experimentamos ‘Satori’, es el gran despertar del sueño de los extravíos. Despertar, mirar en el propio ser, tener percepción de si mismo, es todo lo mismo.

Este texto se debe al maestro en Zen, Takeharu Teramoto. Teramoto, almirante y profesor de la Academia de Marina en Tokio, quien practicaba como ejercicio (Gyo) el arte de la esgrima (Kendo). Su maestro fue el último de una escuela de Kendo, en la que, al principio del siglo XVII, la historia de los cinco gatos pasaba de maestro a maestro, como iniciación secreta para los ejercicios. EL MARAVILLOSO ARTE DE UNA GATA Del maestro Zen Ito Tenzaa Chuya Versión alemana por K. G raf D ürckheim 1 Versión castellana por Ana María Gathmann

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